El jardín de la reina

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La claridad ya hacía rato que se colaba por la ventana, pero estaba muy a gusto, hacía días que no descansaba como se debe. Cuando por fin decidió levantarse se encontró una nota y algo de ropa a los pies de su cama. La nota decía : «Johnny te he dejado unos ropajes ascalonianos de mi familia para tu encuentro con la reina. Postdata, me llevo a Dos Notas a enseñarle el valle. Firmado, Darleen Matamoas.»

Tras vestirse, Johnny se acerca a la puerta del cuarto donde está durmiendo Tacoronte. Desde el pasillo ya se escuchaba la respiración del charr.

– ¿Taco estás despierto? – Preguntaba el humano antes de entrar.

Al ver que no hay respuesta, Johnny abrió la puerta donde se encontraba al charr sin su armadura, tirado en la cama hecho un ovillo, durmiendo a pata suelta. Pequeño para ser un charr, Tacoronte ocupaba toda la cama con su pelaje atigrado medio chamuscado. El cuarto olía a alcohol con un toque a pelo quemado.

– Tacoronte voy a salir, ¿me escuchas? – Johnny despertaba al charr.

– Por la legión de hierro, ¿qué maldita hora es? – Se quejaba el charr que apenas podía entre abrir los ojos.

– Ya es mediodía. ¿A qué hora llegaste anoche? – Le preguntaba el nigromante.

– Yo que sé Johnny, era de noche y estaba oscuro, y ese maldito norn no se cansaba de beber… – Respondía el charr con una enorme resaca.

– Bueno quédate en la cama, yo voy a buscar a Dos Notas. No vayas a ponerte a beber otra vez, la reina nos atenderá esta tarde. – Johnny le recordaba su cita con la reina Jennah.

– Lo que tú digas, pero cierra la puerta que se cuela la claridad. – Tacoronte no tardó en volver a quedarse dormido.

Johnny salió de casa, caminó hacia el sur abandonando el distrito de Salma hasta el camino bajo de Dwayna, donde tomó la salida de la ciudad hacia la aldea de Shaemoor. Nada más salir se topó con el Alcalde de la aldea.

– Hombre Johnny, no sabía que estabas de vuelta. – Le saludaba el Alcalde Norte.

– Sí señor Alcalde, llegamos ayer. – Contestaba el nigromante.

– Una pena lo de Tiburcio Jones, su primo Caleb … no lo está llevando bien. – Le contaba el Alcalde.

– Dígale que murió luchando como un héroe, como siempre lo fue. – Johnny aún tenía en su retina los últimos momentos de Tiburcio.

– Tú y yo sabemos que no siempre fue un héroe, pero le echaremos en falta. Y dime Johnny ¿qué es lo que te trae por aquí? – Indagaba el Alcalde de Shaemoor.

– Pues ando buscando a un amigo, debería de estar con Darleen, la hermana de la Condesa, ¿la ha visto por casualidad? – Le preguntaba Johnny.

– Sí que la he visto, hace un par de horas pasó por aquí acompañada de un sylvari azul algo pintoresco. Se dirigían al sur, a la villa de Arcillar quizás. – Le contaba el Alcalde Norte.

– Sin duda ese es el sylvari que estoy buscando. Muchas gracias por su ayuda. – Se despedía Johnny del Alcalde de Shaemoor.

– Que los seis te guíen Johnny Quaggan. – Le contestaba el Alcalde.

Mientras Johnny se dirigía al sur, en la villa de Arcillar, Darleen hace de guía de Dos Notas.

– Esta villa fue famosa por sus herreros en los tiempos de Salma, ahora subsisten de la agricultura. – Le explicaba Darleen al sylvari.

– Esas aves que no vuelan, ¿para qué las crían? – Se preguntaba Dos Notas.

– ¿En serio nunca habías visto una gallina? Pues las criamos para comernos su carne y sus huevos. – La joven pelirroja se lo iba explicando todo a Dos Notas con mucha paciencia.

– Tacoronte se comería una de estas si estuviera aquí. – Afirmaba el sylvari azul.

– Pues seguramente. ¿Te pasa algo Dos Notas? – Darleen notó que el sylvari se quedó ensimismado por un momento.

– Siento una fuente de corrupción… por allí está. – Dijo Dos Notas antes de echarse a correr hacia el este.

– ¿Haces esto normalmente? – Preguntaba la joven guardiana humana mientras lo perseguía.

– Es la primera vez que siento algo así, siento una llamada, siento que me reclaman. – Explicaba Dos Notas antes de saltar por el muro blanco que rodeaba la villa de Arcillar.

– Espera, no puedo correr tanto con este vestido. – Se quejaba Darleen que paró por un momento, desenfundó su espada de oro brillante y de un tajo rajó el vestido desde el muslo hasta abajo. – Esto es otra cosa.

– Ya estamos cerca. – Decía Dos Notas mientras esquivaba los árboles del camino. De pronto se paró en una zona repleta de robles, en mitad de ellos, un corarroble enorme custodiaba un monumental árbol, el roble más grande que Dos Notas jamás había visto. Algo estaba sucediendo allí, unos cazadores estaban atacando al ser del bosque.

– No os acerquéis, este viejo corarroble está corrupto, tenemos que sacrificarlo. – Les advertía uno de los cazadores.

En ese instante el corarroble golpeó la tierra con sus patas delanteras y brotaron unas raíces que los ataron al suelo. Dos Notas y Darleen luchaban para liberarse de ellas mientras el enorme corarroble se les acercaba peligrosamente. Cuando estaba a pocos metros de la joven Darleen algo se lo llevó por delante. Un gólem de carne lo tumbó de una carga, y tras él, el mandoble de línea ley de Johnny Quaggan lo atravesó acabando su vida.

– Melandru se va a enfadar por esto, fijo. – Afirmaba el nigromante haciendo desaparecer al gólem de carne.

– Gracias a los seis Johnny, ese corarroble estaba corrupto y se había vuelto loco. – Le explicaba la joven Darleen.

– Todavía siento la llamada. – Afirmaba Dos Notas.

– Me estás acojonando tío ¿sientes la llamada de Mordremoth otra vez? – Se preocupaba Johnny Quaggan.

– No, no es Mordremoth, es algo diferente esta vez. Siento la corrupción que ha dejado el corarroble. El árbol, el gran roble está siendo infectado. – Decía Dos Notas mientras agarraba su báculo con fuerza, cerró los ojos para concentrarse y apuntó con él al enorme roble. Del asta de madera que tenía por báculo salió un haz de luz que impactó en el árbol y lo purificó. – Ya está, ya ha acabado. – Afirmaba Dos Notas.

En una rama en lo alto del gran roble, el espíritu azul de un cuervo echó a volar.

– ¿Habéis visto eso? – Preguntaba uno de los cazadores.

– Creo que él era el que me llamaba. – Decía Dos Notas que seguía con la mirada el vuelo del cuervo.

– ¿Es qué no puedo tener un día normal? – Se quejaba Johnny. – Andando, tenemos una audiencia en la sala del trono a la que no podemos faltar, si no la llamada que oiremos será la de Tacoronte.

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